Nuestra Propuesta

El inefable mundo de las terapias psicológicas

C

uando visitamos un dentista, un especialista en injertos capilares, un óptico o, hasta cierto punto, un fisioterapeuta, podemos esperar razonablemente que el procedimiento para responder a nuestra demanda de ayuda seguirá unas pautas más o menos estandarizadas. Por supuesto, otro tanto cabe decir de los diversos especialistas médicos. He ahí un mundo asistencial que se nos antoja ordenado, previsible, despojado de las uñas afiladas de la incertidumbre.

Sin embargo, en el ámbito de la ayuda psicológica, las cañas se tornan lanzas y accedemos de inmediato al reino de taifas de las escuelas doctrinales. En cada consulta donde decidamos mostrar nuestra panoplia de problemas recibiremos un diagnóstico, un pronóstico y una propuesta de tratamiento harto diferentes en relación al asunto planteado. ¿Al igual que sucede cuando acudimos a un señor letrado porque queremos poner un pleito, o porque hemos sido previamente demandados por alguien? No está del todo mal la comparación: la gente acude a terapia porque su propia vida le ha puesto un pleito.

dezeen_Sculptures-gift-to-architecture-is-the-staircase-Alex-de-Rijke_08En general, la mayoría de los profesionales de la psicología denotan una gran confianza en su modo concreto de abordar el trabajo clínico con pacientes, pero dicha confianza se torna suspicacia cuando llega la hora de entenderse con colegas pertenecientes a escuelas distintas de la propia. El panorama de las terapias psicológicas se asemeja en este sentido al ambiente laboral que debía de presidir en tiempos inmemoriales la construcción de la Torre de Babel. ¿Reinos de taifas, dijimos? Nos hemos quedado cortos.

Frente a los escasos cuarenta reinos que llegaron a coexistir en la península ibérica en los momentos de mayor fragmentación del mundo árabe en la época de Al-Ándalus, el número de escuelas de psicoterapia censadas actualmente en el mundo supera de largo el centenar de ellas. La cifra impresiona, la verdad. Más de cien escuelas de psicología clínica y psicoterapia, al margen de las más conocidas por el público no especializado: psicoanálisis, conductismo, cognitivismo, psicología humanista y terapia de familia, por citar solo a las más célebres. Reinos de taifas: todos a favor de todos, pero cada uno en contra del resto. Lamentablemente, así es el mundo de la psicología contemporánea.

Para complicar aún más las cosas, algunos de los enfoques citados habría que representarlos como un grueso tronco central del cual partirían a su vez ramas primeras, segundas y terceras, con una inabarcable diversidad de escuelas y subescuelas hasta el infinito y más allá. Así, por ejemplo, el psicoanálisis podría ser de corte freudiano o neo-freudiano, adleriano, junguiano, lacaniano o kleiniano; la terapia humanista podría ser a su vez rogeriana, gestáltica, breve o muy larga; y la terapia de familia habría que dividirla, a grandes rasgos, en estratégica, estructural, narrativa o intergeneracional… Todo ello, por supuesto, sin mencionar el construccionismo de Kenneth Gergen o a los francos detractores de cualquier clase de psicoterapia dialogada, como Jeffrey Moussaieff… En fin, admitamos que hay jeroglíficos un poco menos complicados de descifrar.

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A

sí que parece el momento idóneo para ponernos en la piel del hombre o la mujer de carne y hueso que arrastra desde hace tiempo una mezcla variable de ansiedad, tristeza, confusión, insomnio, inseguridad, además de erráticos padecimientos corporales, descartados como patologías físicas por el médico general. Con frecuencia, también, el signo guía de la angustia (aprieto, angostura): “Es como un nudo en la garganta que no me deja respirar…”.

El escenario lo conoce al dedillo cada hijo de vecino, así que no viene al caso añadir detalles superfluos. La situación puede resumirse así: uno intenta resolver sus problemas personales haciendo las cosas como mejor sabe y entiende, hasta que cae en la cuenta de que ya no es capaz de distinguir entre sus problemas y sus intentos cada vez más desesperados por resolverlos. ¿Qué hacer llegados a ese punto? ¿Dónde acudir? ¿Con quién sincerarse? ¿En quién confiar?

Puede sonar extraño, pero tener problemas psicológicos, a veces, es la primera señal de salud.

Por fortuna, el sufrimiento nos humaniza, nos sitúa más cerca de lo específicamente humano: el contacto, la cercanía, la complicidad. Así que lo que nos puede sacar del atolladero es recurrir al sentido común: hablar con un amigo, sincerarnos con un colega, dejarnos llevar por una corazonada y llamar a un hermano o a un antiguo compañero del colegio. Puede sonar extraño, pero tener problemas psicológicos, a veces, es la primera señal de salud. La razón por la cual aparecen pacientes en los gabinetes de psicología obedece a que la gente, todavía, habla con la gente, y también al hecho de que no hay muchos lugares en el mundo donde uno pueda sentarse a charlar de sí mismo con alguien de verdadera confianza. Deducir de todo ello que vivimos en una sociedad enferma es tan redundante como afirmar que respiramos aire contaminado por usar demasiado el coche.

No creo que esta página me ayude a posicionarme en el mercado de las psicoterapias. Bastante “posicionado” estoy ya después de haber permanecido sentado durante muchas más de las 10.000 horas que otorgan habitualmente en cualquier profesión el rango de veterano. Ni me gusta la palabra posicionamiento, ni asimilo mi profesión al hecho de atender un puestecito en un mercado de abastos. Sin embargo, me gustaría intentar poner en perspectiva lo que una persona en apuros puede encontrarse si acude a un gabinete compuesto por terapeutas de orientación existencial.

El desarrollo de una terapia existencial.

¿E

n qué se diferencia y en qué se asemeja esta forma de terapia en relación a otras modalidades de ayuda psicológica? ¿Qué garantías ofrece al posible cliente/paciente sobre su resultado final? ¿Por qué motivo habría de resultar más fiable un enfoque vinculado con la filosofía de corte vitalista, que otros basados en la ciencia positiva o en el psicoanálisis tradicional? ¿Cómo contempla la terapia existencial el uso de los distintos psicofármacos? ¿Qué opinión le merecen al terapeuta de esta corriente de pensamiento los sucesivos manuales estadísticos de la Asociación Americana de Psiquiatría, los célebres DSM? ¿A qué obedece el hecho de que la psicoterapia existencial sea tan relativamente poco conocida y practicada en España, respecto de otros países de habla hispana como México, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil o los países anglosajones y centroeuropeos? La postura existencial reclama su derecho a formular preguntas difíciles de contestar, sin la pretensión de aportar de inmediato una solución a las mismas. El compromiso de inaugurar un blog apunta en la dirección de tratar de buscar respuestas a algunas de las cuestiones apuntadas y, por supuesto, de suscitar nuevas preguntas.

El procedimiento de terapia se lleva a cabo a partir de la alianza expresa entre paciente y terapeuta.

A diferencia de otros enfoques, cuando pretendemos resolver los dilemas planteados por un determinado paciente/cliente, en terapia existencial no se utilizan técnicas sofisticadas ni protocolos estandarizados –muy útiles para la realización de una endodoncia, pero quizá discutibles a la hora de abordar la singularidad de la existencia humana. El procedimiento de terapia se lleva a cabo a partir de la alianza expresa entre paciente y terapeuta. El primero aclara lo que le ha traído a la consulta, los objetivos que pretende lograr mediante la obtención de ayuda y los temores concretos que lastran la consecución de tales objetivos, mientras que el segundo se esfuerza en aclarar si realmente está ocurriendo lo que asegura el cliente, si lo que se pretende es alcanzable o absurdo y si los temores esgrimidos por el paciente suponen de hecho un lastre, un pretexto o una pura y llana contradicción.

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En todo momento, a lo largo del proceso de co-laboración, la propia relación entre cliente y terapeuta crea el escenario idóneo para verbalizar y analizar de forma conjunta las dificultades que surgen en la búsqueda de soluciones y respuestas a los problemas definidos por parte del equipo terapéutico como abordables. En este sentido, es muy habitual que el paciente experimente una mejoría que podríamos llamar “tipo placebo” durante las primeras sesiones, derivada del simple hecho de poder hablar con alguien sin necesidad de poner paños calientes al propio malestar íntimo. Solo la angustia incapacitante y paralizadora es considerada enemiga del proceso, hasta el punto de que podría ser tratada médicamente para permitir la continuidad del diálogo. Por el contrario, la angustia en sí misma se entiende como algo natural y saludable, no un signo clínico que debamos erradicar de forma enérgica. La angustia, en palabras de Kierkegaard, es el vértigo de la libertad, y solo en determinados casos cabe interpretarla como un “signo patológico” que es menester acallar y corregir. En general, el terapeuta de orientación existencial contempla la angustia como el motor que hace avanzar el proceso terapéutico hacia la consecución de respuestas y compromisos singulares y concretos. Cuando la libertad se expresa, la angustia retrocede.

El enfoque existencial representa el epítome de “terapia a la medida”

Excusado es decir que el enfoque existencial representa el epítome de “terapia a la medida”. En lo que atañe al terapeuta, no cabe el recurso a las fórmulas estereotipadas, las generalizaciones, los tópicos, los lugares comunes y las consignas de obligado cumplimiento. Puede sonar paradójico, pero el verdadero respeto por el individuo –aquel que no puede ser dividido- consiste en tratarlo como alguien permanentemente entrelazado e implicado en su relación con el mundo: Paco, Marta, Alfonso, Lucía (mi jefe, mi mujer, mi hermano, mi madre). Lo que llamamos el prójimo significativo.

Sin embargo, a la lista más o menos larga de relaciones y contextos específicos en la vida del paciente, se añade a partir de la primera sesión la figura del terapeuta, lo cual debería traducirse de inmediato en un cambio igualmente significativo en las condiciones de vida del primero. Aceptar la presencia activa de dicho interlocutor supone, de hecho, otorgarle voz desde el primer instante a la propia conciencia. Y ésta, en realidad, no se muestra especialmente interesada en averiguar los “porqués” que tanto obsesionan a otras escuelas de psicología (¿por qué lo hiciste? ¿por qué te callaste? ¿por qué gritaste? ¿por qué te negabas a hacer los deberes escolares?, ¿por qué te fuiste? ¿por qué te quedaste?), sino que únicamente debe responder a una única pregunta, la pregunta que abruma a todo ser humano –valga la redundancia- dotado de conciencia: ¿por qué no te atreves a ser todo lo que sabes que puedes y debes ser? O, si se prefiere: ¿por qué no eres el mejor hombre o mujer que eres capaz de ser?

Así expresado, puede sonar abstracto y poco eficaz, pero todo terapeuta existencial sabe muy bien que cualquier persona de carne y hueso se estremece de emoción ante la llamada del ser… El reto por antonomasia: ser lo que realmente somos.

Cuando la terapia llega a su fin y se repasan uno por uno los objetivos planteados por el paciente al inicio de la misma, algo mágico e inefable se expande en la atmósfera de la consulta. Como dice Gion Condrau, discípulo de Medard Boss, lo que un hombre puede hacer por otro hombre no se agota con las palabras.

Lo que un hombre puede hacer por otro hombre no se agota con las palabras”Gion Condrau