La Terapia Existencial

Los orígenes de la escuela

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a principal diferencia de la terapia existencial en relación al resto de las escuelas psicológicas atañe a sus fuentes originarias: esta forma de psicoterapia no se nutre de las llamadas ciencias positivas o experimentales, tampoco de la medicina de carrera, sino de la filosofía pura… equilibrioPura y, como veremos a continuación, bastante dura en cuanto a sus criterios de admisión. De hecho, no son bienvenidos los dogmáticos, los sectarios y todos aquellos que crean tener respuestas exactas para cualesquiera preguntas, fáciles o difíciles, acerca de la vida. El punto de vista existencial no está reñido con la ciencia ni desconfía de la ciencia en sí, de lo que desconfía en un alto grado es del método científico que se viene aplicando con pretensiones de exclusividad desde hace décadas para referirse al ser humano y a sus complejas relaciones de toda índole consigo mismo y con su entorno. La vida no es materia reservada para especialistas. Mientras respiremos, la vida es nuestro bien común.

El hombre –dicho sea en genérico y con afán abiertamente inclusivo- no comenzó a sentirse agobiado por sus dificultades para lidiar con la vida a la altura del siglo XIX, momento en que podríamos situar el nacimiento de la psicología como ciencia más o menos autónoma (finales de dicho siglo en el caso del psicoanálisis). Las preocupaciones por las grandes cuestiones del alma vienen, como mínimo, desde tiempos de Platón. Y para muchos, desde la época remota de la filosofía presocrática, o incluso antes si nos deslizamos sin demasiados prejuicios hacia el Oriente geográfico y cultural.

En realidad, a poco que lo pensemos, todo hombre comparte un fondo de perplejidad ante la inmensidad de la existencia y su propia y abrumadora sensación de vulnerabilidad y pequeñez. Para ello, no hace falta autodenominarse “existencialista”; basta con darse un paseo por el campo un día de tormenta.

En realidad, a poco que lo pensemos, todo hombre comparte un fondo de perplejidad ante la inmensidad de la existencia y su propia y abrumadora sensación de vulnerabilidad y pequeñez. Para ello, no hace falta autodenominarse “existencialista”; basta con darse un paseo por el campo un día de tormenta.

Cuando hablamos en este contexto de Filosofía, nos referimos sobre todo a lo que podríamos denominar la “rama vitalista” de esa disciplina: la vertiente que sitúa en el centro de todas las preguntas la cuestión de la vida vivida por el ser humano fáctico, con nombres, apellidos y circunstancias concretos. Por más conocido que pueda ser para muchos el panteón de hombres representativos de la postura existencial, haremos un sucinto inventario para los menos familiarizados con este linaje de estudiosos del ser humano. Sin ánimo de aburrir, mucho menos de abrumar, pero no podemos por menos de citar por su nombre propio a estas figuras ilustres. Tan enormes. Y, al mismo tiempo, tan cercanas. ¿Cómo decía aquel lema radiofónico…? Música de ayer, de hoy y de siempre…

En sus primeros alientos, como tres soles del siglo XIX, tenemos a Soren Kierkegaard, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, aunque no es infrecuente incluir también en esta lista, puramente por cuestiones afectivas, al insigne novelista ruso Fiodor Dostoyevski.

En el siglo XX, si de existencialistas hablamos, un autor despunta claramente por encima del resto: Martin Heidegger. Junto a este titán, heredero directo de la fenomenología de Edmund Husserl, en una abigarrada mezcolanza de pensadores cristianos, agnósticos y ateos, cuya enumeración detallada ahorraremos al lector, debemos incluir no obstante y de forma concreta a unos cuantos gigantes del tamaño de un hombre, gigantes en su humanidad, seres humanos de una estatura pocas veces alcanzada: José Ortega y Gasset, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Gabriel Marcel, Martin Buber y Paul Tillich. Todos estos pensadores -a los que habría que añadir, no por cortesía, sino por respeto a su talla intelectual, a Simone de Beauvoir y Hannah Arendt- constituyen el privilegiado elenco de los filósofos de orientación existencial o existencialista.

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¿Sus temas de reflexión y debate? La existencia, claro, la inevitabilidad de la muerte, el ser, la nada, la angustia, la libertad, los límites de la experiencia humana: en suma, la vida vivida con valentía y sin subterfugios. La postura existencialista no parece la más indigna para enfrentar esta época azarosa que nos ha tocado vivir con el arranque del siglo XXI. Podemos vernos obligados a contemplar cosas feas, incluso horribles –quién se atreve a pronosticar lo que nos deparará el futuro-, pero no tenemos ninguna obligación de callarnos ante lo que vean nuestros ojos.

El desarrollo de la filosofía y la psicología existenciales

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l postulado esencial del existencialismo es bien conocido en los círculos filosóficos: la existencia precede a la esencia. Ello quiere decir que no hay una “naturaleza humana” a la que uno deba aproximarse para intentar ser, propiamente, él mismo, sino que la propia experiencia vital y concreta de cada cual determina lo que uno es y puede llegar a ser. De forma inevitable, estamos arrojados a un mundo que nos ha acogido con una mezcla de ambigüedad y apremio. Paradójicamente, lo único que nos impone la existencia es la obligación de ser libres: no podemos dejar de hacer algo con nuestra vida.

El estallido de la II Guerra Mundial dio por zanjadas durante largo tiempo tan conspicuas reflexiones. Dejando a sus espaldas un paisaje desolador, los autores más brillantes de la filosofía, la psicología y el psicoanálisis posfreudiano emigraron en sucesivas oleadas a Estados Unidos desde Europa, fertilizando la vida cultural del joven continente con nuevas y vigorosas ideas salvadas in extremis de la barbarie desatada. Otros se quedaron, otros no sobrevivieron.

En los años posteriores a la derrota de Hitler, los pensadores de ambos lados del Atlántico prosiguieron adelante con su tarea investigadora, aunque, lamentablemente, no pudieron compartir sus hallazgos mediante un fructífero intercambio de correos electrónicos. Los separaban un mar de dudas y en torno a medio siglo de distancia hasta la eclosión de Internet. Sin embargo, no fueron pocos ni poco agudos los que cayeron en la cuenta, tanto en Europa como en Norteamérica, del vasto territorio que compartían entre sí disciplinas particularmente afines: la filosofía, la psicología y la psicopatología. El existencialismo estuvo de moda en el mundo académico y psiquiátrico europeo (Karl Jaspers) durante varias décadas consecutivas, mientras en EE.UU triunfaba por goleada el psicoanálisis de corte freudiano.

psicofarmacosEn este marco, un detalle importante –acaso esencial- que no podemos dejar de mencionar es que hasta la década de los 60 del siglo pasado no se extendió el uso de los psicofármacos de acción selectiva para tratar el sufrimiento mental, lo cual daría un giro radical a la historia de la asistencia psicológica y psiquiátrica. Antes del Valium, el Librium, el Largactil y las sales de litio, la principal herramienta terapéutica del psicólogo o psiquiatra era la palabra, la simple, desnuda y escueta palabra. A partir de entonces, dejó de ser crucial el cabal entendimiento del paciente con problemas mentales y los profesionales empezaron a conformarse con “tratarlo”. Se puso de moda una consigna: si no puedes entender algo (o a alguien), siempre puedes intentar explicarlo.

El nacimiento de la psicoterapia existencial en EE.UU

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n la década de los 60, Estados Unidos asistió a una verdadera revolución en el campo de la salud mental, coincidiendo con un estado de efervescencia nacional vinculado a los movimientos en favor de los derechos civiles.

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Existencia 1958, Rollo May

Por una parte, ve la luz la llamada Terapia Humanista de la mano de autores como Carl Rogers y Abraham Maslow. Por otra, se hacen públicos los textos de los fenomenólogos europeos, por medio del padre de la psicoterapia existencial en U.S.A., Rollo May, quien presenta a los círculos académicos norteamericanos una colección de textos fenomenológicos escogidos y una introducción de su propia cosecha en un grueso manual llamado a convertirse en el texto fundacional del movimiento existencial estadounidense: Existencia.

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Psicoterapia Existencial, Irvin D. Yalom

Pero fue sin duda un discípulo y paciente de Rollo May quien obraría el milagro de convertir en fenómeno tanto académico como social una disciplina, a priori, oscura y minoritaria: la terapia existencial. Nos referimos a Irvin D. Yalom, cuyos textos literarios terminarían convertidos con el tiempo en auténticos best-sellers, tanto en Estados Unidos como en Europa, aunque con una particular incidencia en los países de habla inglesa. Yalom, en efecto, logró la proeza de traducir a un lenguaje inteligible la prosa en ocasiones abstrusa o directamente impenetrable de los grandes autores existencialistas del viejo continente. Su libro “Psicoterapia Existencial” abordaba en capítulos sucesivos los grandes temas vinculados al renaciente movimiento de inspiración vitalista: la postura ante la muerte, la responsabilidad, la libertad, la voluntad, el aislamiento, el sentido de la vida. De alguna manera, Yalom sentó las bases de la evolución posterior de esta forma de terapia, no solo en EE.UU, sino también, hasta cierto punto, en Europa.

La terapia existencial en Europa

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os autores que Rollo May presentó en Estados Unidos por medio del citado volumen, Existencia, pertenecían, pese a sus diferencias formales, a la corriente conocida como psiquiatría fenomenológica europea. Entre ellos habría que destacar a Ludwig Binswanger, quien intentó –con éxito solo relativo- tender puentes de conexión entre el psicoanálisis freudiano y el análisis del Dasein heideggeriano. En el terreno de lo anecdótico, se señala a Binswanger –a diferencia de Jung, Adler, Otto Rank- como el único psicoanalista de altura con quien Freud no terminó rompiendo relaciones de forma tempestuosa. También merece una mención especial la figura de Viktor Frankl, creador de la logoterapia, un tipo de terapia existencial centrada en la búsqueda de sentido vital y personal.

Volviendo por un momento a las décadas previas al nacimiento de Internet, no deja de resultar curioso que autores afincados en naciones europeas bastante alejadas entre sí se pusieran a investigar precisamente acerca de los mismos asuntos teóricos y filosóficos: el tiempo, el espacio, la angustia como experiencia vital, el sentimiento de culpa, la vivencia de la corporalidad. Ello dio lugar al sorprendente fenómeno –no debiera sorprendernos, empero, pues todos compartían la misma adhesión a la fenomenología-, de que cada país albergara a una serie de investigadores y pensadores de primer nivel, desconectados por completo de sus colegas europeos que vivían inmersos en los mismos intrincados asuntos. Aun a riesgo de agotar al lector, no podemos dejar de citar algunas figuras destacadas del panorama europeo de mediados de siglo: Eugène Minkowski , Maurice Merleau-Ponty (Francia), Igor Caruso (Austria), Frederik Buytendijk (Holanda), Viktor von Gebsattel (Alemania). En España, lamentablemente sumergida en la vasta noche del franquismo político y cultural, solo podemos destacar la figura de Luis Martín Santos, fallecido de manera trágica y prematura a principios de los 60. Su novela seminal “Tiempo de Silencio” y su monografía sobre Dilthey y Jaspers nos hablan con inevitable melancolía de lo que pudo haber sido y no fue.

Medard Boss

Medard Boss

Mención aparte merece el médico y psiquiatra suizo Medard Boss, autor de algunas de las obras esenciales del análisis existencial. Por desgracia, solo una pequeña fracción de sus libros está traducida al español, lo cual dificulta notablemente el conocimiento directo de sus aportaciones. Destacamos aquí de forma predominante sus “Fundamentos Existenciales en Medicina y Psicología”, magnum opus del autor centroeuropeo, aunque tampoco podemos dejar de mencionar, siquiera de pasada, su estudio sobre el mundo de los sueños desde la óptica fenomenológica, ni los famosos seminarios Zollikon, por suerte, en este caso, disponibles para el lector español en la magnífica traducción de Ángel Xolocotzi.

Situación actual de la psicoterapia existencial en el mundo

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ara muestra, un botón: en el mes de mayo de 2015 se llevará a cabo, salvo imprevistos, el I Congreso Mundial de Terapias Existenciales en Londres, con asistencia de la flor y nata de los profesionales y teóricos más activos de esta corriente filosófico-psicoterapéutica.

Es realmente curioso: de forma cíclica, algún experto, alguna destacada autoridad académica, algún agudo ensayista situado en la vanguardia del pensamiento extiende el certificado de defunción de la postura existencialista, declarándola de ahí en adelante completamente superada. Ocurre algo semejante con la “novela” en el ámbito de la literatura. Siempre es un buen momento para declarar obsoleto el existencialismo; siempre parece necesario romper los moldes narrativos convencionales y escribir algo diferente a la típica y tantas veces leída novela… Habría tanto que decir sobre la fiabilidad de los entendidos, de los expertos y visionarios que imparten lecciones desde que se levantan hasta que se echan la siesta… que habrá que irlo diciendo poco a poco.

En suma, la terapia existencial: bien, gracias”

En suma, la terapia existencial: bien, gracias. Podríamos incluso decir que se trata de una disciplina “joven” y “emergente”, especialmente en América Latina y en los países anglosajones, aunque la composición del panel organizador del mencionado congreso de mayo de 2015 pone de manifiesto que el movimiento se muestra pujante prácticamente a escala mundial.

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El Verdugo del Amor, Irvin D. Yalom

Sin duda, la aportación epistemológica y literaria de Irvin D. Yalom ha sido decisiva para propiciar este estado de cosas, entre otras razones porque su obra pone de manifiesto que las habituales acusaciones lanzadas contra la terapia existencial como una actividad oscurantista y abstrusa carecen de fundamento. Resulta evidente que el sustrato teórico a partir del cual se construye la teoría existencialista –hablamos de los Husserl, de los Heidegger; en general, de los fenomenólogos europeos del siglo pasado- no constituye un plato especialmente digerible para los estómagos delicados. Sin embargo, la práctica de la psicoterapia existencial, como ponen de relieve sin ir más lejos los textos de Love´s Executioner (El Verdugo del Amor, de Yalom) no tiene por qué resultar ambigua, ni especialmente oscura ni tampoco, como se observa en el ejemplo señalado, incomunicable. Sucede, por el contrario, que la narración literaria en su formato dialogal parece más y mejor adaptada a la descripción del escenario humano constituido por paciente y terapeuta que cualquier intento de descripción objetiva o académica.

No hay ni trampas ni cartón: en una terapia de orientación existencial todo sucede a la luz del lenguaje común y corriente”

No hay ni trampas ni cartón: en una terapia de orientación existencial todo sucede a la luz del lenguaje común y corriente. En el desarrollo formal de una relación terapéutica de tipo existencial no se mencionan conceptos enrevesados ni doctrinas esotéricas: no se le explica al paciente en ningún momento que la fenomenología consiste en llamar a las cosas por su nombre, ni se le informa tampoco de que la psicopatología (según la propia fenomenología) es la ciencia que estudia la soledad. No se le habla de Heidegger, ni se le menciona a Sartre o a Camus… No hay ni trampas ni cartón: en una terapia de orientación existencial todo sucede a la luz del lenguaje común y corriente, el ámbito familiar de nuestras comunicaciones verbales. En ningún momento hay que llevar a cabo un acto de fe ni una declaración de lealtad a los principios de la sagrada praxis. Lo que se habla entre paciente y terapeuta es todo lo que hay, todo lo que sucede en una relación terapéutica de rango existencial que, por ello mismo, deviene trabajo en “equipo”, “alianza”, “co-construcción”: una empresa común para curarse de las heridas infligidas por la soledad o una relación destructiva.